Decir que todos los políticos son unos corruptos es, evidentemente, una injusta generalización. Muchos profesionales de la política —esos que se dedican a tan digno quehacer por auténtica vocación de servicio a sus conciudadanos, los que anteponen el bienestar de los administrado a los intereses de su partido e incluso de él mismo, esos cuya honestidad e intachable —, pueden sentirse insultados por semejante afirmación.
Por supuesto que no todos los que se dedican a ejercer la política son unos delincuentes, faltaría más, aunque a veces cueste trabajo no generalizar, sobre todo cuando se dan casos como el Malaya, en el que tan sólo un edil del numeroso equipo de gobierno ha salido impoluto de las investigaciones.
Todas las profesiones influyen en mayor o menor media en las personas, supongo que es lo que se llama deformación profesional. Tradicionalmente se ha dicho que aquellas profesiones que dejan una marca más profunda en quienes las ejercen son la carrera eclesiástica y la militar, pero yo creo que son tópicos anacrónicos propios de un régimen que afortunadamente ya pasó.
En la actualidad creo que una de las profesiones que más influye en el carácter de los que la ejercen es la política. Aspectos emocionales, intelectuales y volitivos de los políticos se ven afectados por su profesión. O quizá lo que ocurre es lo contrario, es decir, que los aspirante a político tienen ya el carácter impreso, y sospecho que esto puede ser así porque no todo el mundo vale para la política..
Se me ocurren una serie de rasgos del carácter que confluyen en el político, pero en esta ocasión me centraré en uno que forma parte de los aspectos volitivos y que considero el más definitorio. Lo definiré como “lasitud de escrúpulos”.
Es importante que los políticos tengan ese rasgo en su carácter porque cómo si no podrían echar sin inmutarse algunas de esas mentirijillas que tanto les caracteriza sobre todos en las campañas electorales, cómo podrían saludar con afabilidad ante las cámaras a otros político de la oposición con los que mantienen una encarnizada lucha, cómo pueden sumergirse con una sonrisa entre ciudadanos que le aclaman a pesar de que no le gusten mezclarse con determinadas clases sociales… Y de estas situaciones hay pruebas capturadas por cámaras y micrófonos que estaban abiertos sin que el protagonista lo notara. Sarkozy ha sido cogido en situaciones de este tipo insultando a ciudadanos pero sin que la sonrisa abandonara su rostro.
La “lasitud de escrúpulos” es un valor en alza de la clase política, pero que el resto de las personas puede considerar un defecto más que una virtud, por eso este defecto de escrúpulos deben llevarlo suficientemente oculto, porque como todo el mundo sabe es más importante parecer bueno que serlo.
En un país no muy lejano de este conviví laboralmente a lo largo de mi ya larga vida con muchos políticos de todo signo y condición, dependiendo del signo político de la corporación y de los extraños criterios que usan para nombrar a su equipo de gobierno. Durante todo este tiempo tan sólo conocí a un político al que puedo calificarlo de total y absolutamente honesto, persona cabal, buen hombre, decente en el más alto grado y siempre mirando por el bien de sus conciudadanos. Una persona tan íntegra que tras varios años ejerciendo la política local la abandonó porque no pudo aguantar más tanta desvergüenza y falta de honestidad (perdón quise decir “lasitud de escrúpulos”) como la que le rodeaba y que con frecuencia se traducían en presiones y amenazas sobre su persona. Cuando me dijo que abandonaba la política pensé que la política local pedía a un hombre justo, pero me alegré mucho por él porque comprendí que viviría más tranquilo.
¡Ojo!, no es que el resto de compañeros suyos en la política fueran unos delincuentes, tan sólo que la honestidad, la moral, la decencia y la transparencia no eran valores de uso común en la gestión política.
Hace pocos meses murió mi amigo Diego. No fui a su entierro y no tengo que pedirle perdón por ello porque el conoce los motivos y sé que me habrá perdonado. Desde aquí quiero rendir homenaje a su memoria.
Querido Diego, estés donde estés, por favor, no te dediques a la política.
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