Se buscan líderes

A pesar del consejo que solía dar Franco a sus ministros, “usted haga como yo y no se meta en política”, no podemos prescindir de la política. Aunque mucha gente diga “yo paso de la política” la realidad es que no pueden pasar de ella porque la política es inherente al ser humano como ser social. Aristóteles dijo que el ser humano es un ser político.

Pero la política no pasa por sus mejores momentos. La clase política está desprestigiada (¿pero alguna vez tuvo prestigio?), los políticos han perdido toda credibilidad. Y desafortunadamente para España no soy el único que piensa así.

Si algún profesional de la política (¿pero se puede llamar profesión a la política?) lee esto, seguramente dirá que estoy exagerando y que este planteamiento no va con él, pero aunque no lo reconozcan en sí mismos, sí son conscientes de este desprestigio generalizado de la política. Estoy seguro de que los propios políticos conocen la pobre imagen que transmiten. Una señora, ya mayor, que recientemente dejó la política municipal por jubilación, me decía que al final de su periplo político obtuvo “unos cuantos amigos dudosos y un montón de enemigos seguros”. Lo peor de su frase es que no se refería a los políticos de signo contrario, sino que incluía a los de su propio partido y también a personas con otros intereses que nada tienen que ver con la política. Con estas palabras concluía y me ratificaba la degeneración que sufre la política.

Y esta mala imagen de los políticos no tiene signo, porque afecta igualmente a la derecha que a la izquierda. Como dijo Rosa Díez, nos ha tocado el peor gobierno y la peor oposición, aunque discrepo con ella en que se deba a una lamentable confluencia planetaria. Las razones son otras muy distintas.

¿Y cuáles son las causas de tan negativa imagen de la política? Pues se me ocurre una larga lista de motivos, y en todos ellos están presentes los políticos, esos influyentes personajes que ocupan importantes cargos públicos —con sus también importantes sueldos— sin que se les haya exigido una formación específica (ni siquiera una formación general) y sin tener que superar pruebas selectivas de acceso, es decir, sin demostrar que valen para gobernar, ya sea un país o un pequeño pueblecito.

Yo creo que la política está desprestigiada porque los servidores públicos dedican más tiempo a insultarse que a resolver; porque mienten a los ciudadanos constante y descaradamente, acelerando la generación de mentiras conforme se acerca una campaña electoral; por los magníficos sueldos y prebendas que se asignan con la menor excusa (e incluso sin excusa); porque practican el enchufismo feroz; porque sus decisiones suelen regirse por criterios electoralistas (no se les vaya a acabar el chollo); por el gran número de políticos con cargo que están implicados en casos de corrupción… y creo que con eso ya hay motivos de sobra para desconfiar de ellos. Por supuesto que no todos se comportan así, pero este es el clima político actual, y si no hacemos algo, nos acostumbraremos a él y nos parecerá que la depravación en la política es lo más normal del mundo. La política debería servir para construir el futuro de un país, pero muchos la utilizan para derribar a la oposición.

Pero no generalicemos, estoy seguro de que hay políticos decentes (de hecho doy fe de ello, porque conocí uno, era tan honesto que, según sus propias palabras, dejó la política para alejarse de la “poca vergüenza” que veía a su alrededor).

Si consideramos que la calidad de una democracia tiene una relación directa con la opinión que la política y los políticos les merezca a los ciudadanos, ha llegado el momento de preocuparnos, y mucho, por el estado de salud de nuestra democracia. La democracia necesita líderes, buenos líderes, porque, como decía Shumpetter, “la democracia es un mecanismo de selección de líderes”. El problema de España es que el catálogo de posibles líderes está vacío.

Se buscan líderes.

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