Entrada publicada originalmente en Sesión de Control.
La desintermediación es la capacidad de los productores de bienes y servicios de llegar directamente a los consumidores, sin tener que pasar por aquellos que tradicionalmente han realizado esa función. Podemos encontrar claros ejemplos en el mundo de las industrias culturales.
La música y la literatura son dos claros ejemplos en los que cualquier artista/escritor puede hacer llegar su obra a un precio mucho más reducido que las grandes corporaciones. En el sector de la alimentación, también, la desintermediación se está contemplando como una salida a una situación económica que asfixia a los productores, que ven cómo sus productos llegan al mercado con precios hasta un 500% más caros que el precio que les han pagado a ellos.
En política, la situación de descrédito, de desconfianza en los partidos y los políticos por parte de la ciudadanía son síntomas de un sistema que no se está adaptando a una nueva realidad. No se actúa con la contundencia que a la ciudadanía le gustaría en los casos de corrupción. Y los tímidos anuncios de los grandes partidos de celebrar primarias y de dotar de más transparencia a sus organizaciones puede que estén llegando demasiado tarde.
Si consideramos la actual situación en la que la ciudadanía opta progresivamente por la abstención y los grandes partidos ven cómo sus opciones de obtener mayorías holgadas se reducen día a día, podemos ver cómo el ciudadano es el que quiere tener un mayor control de la política. El hecho de votar cada cuatro años y estar atados de pies y manos sin poder hacer nada más para incidir en determinadas decisiones provoca que cada vez más ciudadanos quieran eliminar la intermediación. Al menos, de momento, no les siguen concediendo la confianza con sus votos.
Las coordenadas ideológicas son algo que también está sufriendo cambios. Y aunque, básicamente, podamos encajar la ideología de cualquiera en el eje izquierda-derecha, y en el caso de determinados territorios también en el eje nacionalista, la militancia comprometida con una organización a largo plazo está descendiendo. Por contra, aumentan las plataformas, organizaciones y movimientos que consiguen llegar al umbral de adhesiones para generar cambios. Organizaciones sin demasiada trayectoria en el tiempo. La consecución del objetivo por el que nacieron es precisamente la causa que dejen de existir.
En esta consecución de los objetivos es donde radica uno de los problemas de los partidos politicos. Los objetivos por los que fueron creados han sido sustituidos por el de la propia supervivencia. El objetivo se convierte en ganar elecciones por encima de los objetivos originales que pasan a estar en segunda línea.
Internet ayuda, precisamente, a que los ciudadanos puedan conectarse y coordinarse alrededor de temas de interés. El problema es la interlocución: quién es el que adopta las decisiones, cómo y durante cuánto tiempo ha de tener esa responsabilidad.
Es evidente que no podemos pensar en un ágora virtual dónde se discuta todo por todos. No a todo el mundo le interesa/afecta todo. Tampoco sería operativo, sobre todo a un nivel superior al local, en el que la distribución de recursos y las inversiones con visión estatal necesitan de planificación. Continuos cambios en determinadas políticas serían totalmente contraproducentes. Sería como lo que está pasando con la educación y sus constantes cambios en función del color del gobierno de turno.
Propuestas para mejorar la situación ya se están haciendo. Falta llevarlas a cabo y, por supuesto, que den algún resultado. Pero posiblemente los tímidos cambios que se proponen no sean suficientes para recuperar la confianza de la ciudadanía. Posiblemente hasta que no tengamos un market place político en el que los políticos se ofrezcan para causas concretas y con fechas de caducidad, no se conseguirá recuperar la confianza perdida.
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